Es sintomático de estos tiempos que toda conmemoración sea convertida en espectáculo. Sólo así las fechas se vuelven redituables. Los paseantes de la ciudadela simbólica llamada Centro Histórico consumen. Se olvida lo atenuante y una falsa algarabía nos invita a ser legión.
Sigo pensando en las fiestas como sendos simulacros que ayudan a encubrir el (des)orden real de los acontecimientos y las cosas: la situación. Soy un aguafiestas porque, de un tiempo pa’ ca’ sostengo que las celebraciones colectivas orquestadas por el gobierno y/o sus instituciones súbditas son innecesarias; nefastas por grandilocuentes y artificiales por embusteras.
Lejos de aquel bautizo y amaneciendo tu cielo desvelado por tanta pirotecnia, no hay mucho que celebrar, mi querida-odiada Morelia.
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