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En una carta escrita por un soldado alemán que montaba guardia en medio del invierno ruso, a finales de diciembre de 1942, se lee:
La Navidad más bella que he visto nunca, hecha enteramente de emociones desinteresadas, y desprovista de todo tipo de adornos chillantes. Yo estaba completamente solo bajo un enorme cielo estrellado, y recuerdo una lágrima caer por mi mejilla congelada, una lágrima que no era de dolor ni de alegría, sino de la emoción creada por una experiencia intensa…
Susan Sontag (Un argumento sobre la belleza)
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Había/(h)ay! un orden cósmico que los animales perciben y por el cual el hombre no sabe en qué mundo vive. Ese orden se encuentra en la naturaleza y en el artificio, en la facticidad diáfana y en la bruma civilizatoria. Algunos lo imaginan a través del arte, otros más lo buscan en el paroxismo orgánico de los enteógenos y pocos -los menos- lo topan en el cruce de lo íntimo con lo cotidiano. Ese pinche orden se manifiesta abrupta y crudamente en el devenir del universo. Los primitivos lo sabían: lo saboreaban. Occidente propuso hacer categorías de todo para “pensar(lo) mejor”. La magia, el lenguaje y el arte no se salvaron. Categorizar la catarsis puesta en escena y parapetada hecha rito, decir e imagen, eso quisieron los europeos. Nublar.
Hablar de sombras y chaneques como falacias confinadas al pseudo existir de los sueños. Nunca nombrar, simplemente referirse a entidades desconcertantes por desconocidas. Los primitivos lo sabían, hay un orden vedado para las mentes escuetas que no suelen dislocar en vértigo su percepción.
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Paul Valéry […] cuenta cómo, siendo niño, fue llevado al teatro a ver la escenificación de un cuento infantil. En ella, un niño era perseguido por un genio malo que empleaba toda clase de ardides diabólicos para asustarlo y capturarlo. Esa noche, mientras yacía en su cama, el genio maligno se le apareció al propio Valéry, rodeado de llamas infernales y demonios; de pronto la habitación pareció transformarse en un océano y las sábanas en una vela. Apenas desaparecía un fantasma y ya aparecía otro. Pero finalmente los terrores perdieron su eficacia en el niño, y cuando pareció que recomenzaban, exclamó: <<¡Voilà les bêtises qui recommencent¡>> (<<¡ Oh, ya vuelven esas estupideces!>>). Un buen día, concluye Válery, la humanidad podría reaccionar del mismo modo ante los descubrimientos de la ciencia y las maravillas de la técnica.
La Navidad más bella que he visto nunca, hecha enteramente de emociones desinteresadas, y desprovista de todo tipo de adornos chillantes. Yo estaba completamente solo bajo un enorme cielo estrellado, y recuerdo una lágrima caer por mi mejilla congelada, una lágrima que no era de dolor ni de alegría, sino de la emoción creada por una experiencia intensa…
Susan Sontag (Un argumento sobre la belleza)
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Había/(h)ay! un orden cósmico que los animales perciben y por el cual el hombre no sabe en qué mundo vive. Ese orden se encuentra en la naturaleza y en el artificio, en la facticidad diáfana y en la bruma civilizatoria. Algunos lo imaginan a través del arte, otros más lo buscan en el paroxismo orgánico de los enteógenos y pocos -los menos- lo topan en el cruce de lo íntimo con lo cotidiano. Ese pinche orden se manifiesta abrupta y crudamente en el devenir del universo. Los primitivos lo sabían: lo saboreaban. Occidente propuso hacer categorías de todo para “pensar(lo) mejor”. La magia, el lenguaje y el arte no se salvaron. Categorizar la catarsis puesta en escena y parapetada hecha rito, decir e imagen, eso quisieron los europeos. Nublar.
Hablar de sombras y chaneques como falacias confinadas al pseudo existir de los sueños. Nunca nombrar, simplemente referirse a entidades desconcertantes por desconocidas. Los primitivos lo sabían, hay un orden vedado para las mentes escuetas que no suelen dislocar en vértigo su percepción.
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Paul Valéry […] cuenta cómo, siendo niño, fue llevado al teatro a ver la escenificación de un cuento infantil. En ella, un niño era perseguido por un genio malo que empleaba toda clase de ardides diabólicos para asustarlo y capturarlo. Esa noche, mientras yacía en su cama, el genio maligno se le apareció al propio Valéry, rodeado de llamas infernales y demonios; de pronto la habitación pareció transformarse en un océano y las sábanas en una vela. Apenas desaparecía un fantasma y ya aparecía otro. Pero finalmente los terrores perdieron su eficacia en el niño, y cuando pareció que recomenzaban, exclamó: <<¡Voilà les bêtises qui recommencent¡>> (<<¡ Oh, ya vuelven esas estupideces!>>). Un buen día, concluye Válery, la humanidad podría reaccionar del mismo modo ante los descubrimientos de la ciencia y las maravillas de la técnica.
Max Horkheimer
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Declaraciones kitsch patinadas con pesantez sabor a tedio, la glosa empalagosa de un adiós o de cualquier palpitar preludiado por un desasosiego light envenena mis odios.
Sabes que una mujer es adicta a las telenovelas cuando –semiótico mamón- te pones a analizar su habla llena de sketches anti-líricos pródigos en rosa inmediatez y citado lugar común. Conoces más de sí en silencio que en la convención de una conversación versada en vaivenes de acentuados tintes referenciales. Sabes que partirá “partiendo tu corazón en mil pedazos” (Oh! Darling) sin sedar, aunque sea un poco, tu pirado cuerpo antes de pronunciar (párpados cabizbajos) la última sandez…
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Europa sabe de su decadencia. Observa en los diversos remixes de su descendencia la diseminación del rancio matriarcado en fatal ocaso. ¿Acaso no se la pasa añorando aquel fastuoso/fastidioso Renacimiento?
Europa sabe de su decadencia. Observa en los diversos remixes de su descendencia la diseminación del rancio matriarcado en fatal ocaso. ¿Acaso no se la pasa añorando aquel fastuoso/fastidioso Renacimiento?