Caen muros, se colapsan instituciones, personas que quieres mueren, amantes inmolan su unión: la vida es tránsfuga.
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Así soy, frívolo y sensible, capaz de impulsos violentos y absorbentes, malos y buenos, nobles y viles, pero nunca de un sentimiento que subsista, nunca de una emoción que perdure, y se consubstancie con el alma. Todo en mí es esa tendencia a ser de inmediato otra cosa; una impaciencia del alma ante sí misma, como ante un niño cargoso; un desasosiego siempre creciente y siempre igual. Todo me interesa y nada me atrapa. Presto atención a todo, soñando siempre; fijo los mínimos gestos faciales de aquel con quien hablo; recopilo las entonaciones exactas de cada cosa que expresamente dice; pero, al oírlo no lo escucho, estoy pensando en otra cosa, y lo que menos aprehendí de la charla fue la noción de lo que en ella se dijo, tanto por mi parte como por parte de aquel con quien hablé. De modo que muchas veces le repito a alguien lo que ya le repetí, le pregunto de nuevo lo que ya me respondió; pero puedo describir, en cuatro palabras fotográficas, la tensión muscular con que dijo lo que no me acuerdo, o la inclinación de sus ojos al oír con la que recibió el relato de lo que yo no recordaba haberle dicho ya. Soy dos, y entre ambos la distancia -¡Hermanos siameses que no están pegados!
Fernando Pessoa
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¿Tú tienes fe? Yo tengo sed.
*Para combatir esta inanición política es conveniente una gran purga poética. Ese es mi diagnóstico.
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Por cierto, el corazón no se roba, se arroba.
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Las Torres gemelas de Oliver Stone.
Para recuerdos polaroid en la memoria-teflón colectiva, los mexicanos ya tenemos a los lancheros nayaritas de la era post-Chupacabras: esos inventos del kitsch telemediático. ¿Por qué Stone propone vulgarmente el recuerdo patriotero de las Torres, sin más intención que la conmoción telenovelesca? Por respeto y timoratez hacia el sensible nacionalismo jodido de los gringos. Al pagar más del salario mínimo, esperaba un documental o una ficción neta, sin pasteurizaciones políticas de los conflictos con Medio Oriente (y con el mundo entero). Y qué. Me encuentro con la historia de dos sobrevivientes al estilo Esperando a Godot de Samuel Beckett, pero sin la concreción del drama absurdo. Lo más sacado de toda la peli es cuando aparece Jesucristo ofreciendo un bote de agua al poli desahuciado que acompaña en el estelar al que sale de Ángel enamorado en otra peli. Nada, un buen videoarte que afirma lo mamón e irreverente que “pretende” ser el señor Oliver Stone (con este proyecto más bien Oliver Piedra, literalmente, por su creatividad). Si pueden vean esta cinta y contrástenla con las demás producciones relacionadas al 9-11. Si ya la vieron jodan mi pseudo-crítica. Reconozco que Hollywood no aprobará un proyecto más apegado a la realidad, donde el terrorismo sea el discurso nodal, así como el pretexto para la reflexión. Ni el pequeño cuche nafteado, Michael Moore, logra un trabajo políticamente in-correcto. Lo que él hace es un collage retórico con “verdades secretas” que ya circulaban como mitos por Internet: el grado pegote del documental incendiario.
Ni hablar, seguiré esperando más versiones del 9-11. Quizá hasta una descaradamente apologética, patrocinada por Bin Laden.
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