Quisiera creer que la gestión troglodita del gobierno en turno está colmando el ánimo pazguato del pueblo mexicano. Son demasiados golpes para medio sexenio que va. Pero mi desconcierto aumenta conforme la turba de infamias se desata y son pocos quienes toman partido. Verbigracia, los académicos de las universidades públicas que alzaron la voz y amonestaron frontalmente al gobierno por recortar el presupuesto para educación. Demanda justa, ¡bravo!, sí, aunque no exenta de reproche social, pues exhibe lo ajena que es la crítica congruente y la acción antisistémica para los académicos mexicanos. Pese a la crisis que atraviesa el país, nunca los vimos tan preocupados hasta que casi quedan desarrapados. Otros son sus intereses. Sólo constituyen un contrapoder cuando el Estado los quiere joder.
Nuestra academia no pasa de ser una costosa decoración pagada por los contribuyentes para amueblar las universidades públicas. Al igual que la burocracia en todos los niveles de gobierno, sindicatos, paraestatales, instituciones y demás organismos subvencionados, la universidad es una forma obsoleta y parasitaria que debe ser desestructurada para regenerarse o desaparecer.
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