Caminar para qué

¿Caminar premeditadamente? Con algún objetivo en mira, si acaso fuera el día un guión prescrito, sin posibilidad de variaciones. Andar, nada más por el gusto de extraviarse y volver a encontrar la propia soledad. Teñir con ella el cielo, un poco más sombrío, sin que deba ser por fuerza ese tono motivo de duelo. La melancolía es droga pura.

¿Acaso nunca un desvarío ha inspirado alguna genialidad? Me temo que el orden surge del caos y pasa menos viceversa. Pero retomando el camino, perderse es prioridad. Vivir el encierro urbanizado es menos que subsistir. Habrá que reinventar las rutas, desandar lo anacrónico a juicio de la memoria.

Hacer de los minutos instantes plenos, delirantes. A paso firme, volcar la mirada sobre el musgo necio que brota en los resquicios de la banqueta; alimentar la voluntad del viaje con aquel horizonte hecho de concreto, metal, naturaleza, austeridad, nostalgia… hecho de fragmentos; caminar con la ínfima convicción de ignorar hacia dónde, para qué.

Contra natura

La naturaleza es la muerte (Pavese dixit); la naturaleza nos muestra en sí misma la vida y su caducidad. Decir que es sabia es poco. Nos ilustra sobre tantos procesos que bien podría ser nuestro oráculo, si el entendimiento moderno diera para interpretar sus designios. La razón, menos ambiciosa y testaruda, debería convertir en una ética la comprensión de los ciclos. Pero las utopías siempre deberían ser; sin embargo la voluntad contra natura del progeso, ese vastago de la razón, es manipular los ciclos a su antojo.